TQM
Allí estaba, imperceptible, pero siempre presente, como desafiando al tiempo que pasaba en forma inexorable.
Su forma de galera negra le daba un aspecto señorial, sus joyas, unos aros cromados que envolvían cada una de sus teclas, todas ellas en forma de collares que invitaban a ser tocados.
Esa era mi vieja y querida Underwood, la que ya había ganado un lugar en un rincón privilegiado de mi escritorio.
Su voz era inconfundible y única, mientras que hoy el modernismo y los brillos le daban a mi teléfono un aspecto totalmente diferente a la que unos años atrás fuera mi compañera de innumerables citas y cartas.
Ella no precisaba ninguna energía adicional, solo mi imaginación, y podía estar horas y horas soportando que mis dedos la aporrearan sin piedad.
Nunca entendí el rótulo que algunos hombres se adjudicaron, como el de Poeta, o escritor.
Me veía como un obrero que podía ordenar letras para formar palabras y estas en su conjunto oraciones, textos, y por qué no, libros.
Todo esto, estaba ya cayendo en desuso, hoy la inmediatez estaba ganando terreno, dejando atrás aquel maravilloso entretenimiento de ordenar letras para que transmitiéramos sentimientos.
Como desafiándola, mi teléfono encendió su luz ultravioleta y en uno de los tantos servicios de lo que hoy llamamos redes sociales, pude ver la respuesta de un amigo a un pedido.
“Dale, tqm.”
En forma inmediata contesté sin pensarlo
“Ok Abz”
¿Era esta la nueva forma en que nos íbamos a seguir comunicando con nuestros seres queridos?
Dónde habrá quedado el “Te quiero mucho” y el “te mando un abrazo”.
Todos estos cambios se dieron en solo 40 años y trato de imaginar cómo podría hoy día llegar a escribir Cervantes a Don Quijote.
Solo recordar que su caballo se llamaba Rocinante, porque antes era un rocín y hoy convertido en piel y huesos a sus ojos mantenía todos sus bríos como la vieja Underwood para mí.
Trataré por honor a ella, cuando conteste tus escuetos mensajes, escribirte:
Te quiero mucho y no “tqm”
Milton.