Nicolás Burgueño Kosenco
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Un sábado en Atlántida – Por Nicolás Burgueño Kosenco

Desperté con los rayos del sol acariciando mi rostro, eran las 7 de la mañana del sábado, preparé un mate y salimos a caminar. Tenía visitantes extranjeros que conocí en un viaje, estaba ansioso por mostrarles mi lugar en el mundo, mi paraíso, el balneario más hermoso de todos los que hay, este lugar en el que muchos decidimos vivir. Salimos desde casa en 58 y Pinares, en la canchita polifuncional de la placita de la esquina ya se encontraban jugando algunos chicos del barrio, nos saludaron muy cordialmente mientras su pelota salió disparada hacia nuestro lugar, demostrando mis dotes futbolísticos le pegué un pelotazo que “se clavó en el ángulo”.

Seguimos por el Paseo Pinares, mientras les contaba que en el pasado caminábamos por la calle de tosca mientras los autos y ómnibus pasaban a alta velocidad haciendo que nuestros pulmones respiraran polvo, (tan así que científicos demostraron que los nuevos habitantes del barrio estaban naciendo con unas branquias que filtraban el polvo para que no llegara a los pulmones).

Luego de cruzar el puente, los llevé a uno de los sitios más hermosos que tiene nuestra zona, el “Sendero de Ciruelo de Japón”, bordeando el barranco que desemboca en Atlántida Serena, toda una zona parquizada y con bancos de estilo vintage, flores de las más variadas inundando el ambiente con perfumes y color, el canto de los pájaros nos deleitaba el camino hacia el Río Ancho como Mar. Hermoso rincón en la ciudad turística más moderna y sustentable del Uruguay.

Al llegar a la playa, fuimos hasta “El Águila”, nuestra Quimera, uno de nuestros orgullos como comunidad, un águila posada sobre un delfín en el borde de un acantilado rodeada de jardines de hortensias y bancos de hierro y madera. Disfrutamos un desayuno cocinado por jóvenes estudiantes de la UTU local, y luego algunos recuerdos del sitio, unas hermosas y sencillas águilas miniatura realizadas por artesanos del lugar que servían de suvenir para los visitantes. (pensar que en una época se estuvo por caer y las autoridades no hacían nada para ayudar a salvarla, y aquellos vecinos de la ONG luego de tantas trabas lograron con éxito recuperarla y hacerla volver de las cenizas, más que águila era una renacida ave fénix).

Caminata al borde del agua, deteniéndonos en alguno de los típicos paradores en la arena para disfrutar unos licuados de frutas y alguna cerveza en lata, mientras íbamos hacia nuestro siguiente destino. Tiramos nuestros residuos en los tachos discriminados por color que se encuentran unos metros antes de llegar a la “Glorieta José Carbajal” (una explanada octogonal de madera en el medio de la arena frente al escenario homónimo, con historias y fotos del autor, además de imágenes de cuando se realizó aquella obra en comunidad junto a Reciclarte por tu Espacio, es que la glorieta se encuentra en el punto exacto en el que por perspectiva se ve mejor la silueta de “El Sabalero” pintada en los escalones de la expo platea, hermosa obra de arte, cuántos recuerdos me trae).

El sol picaba cada vez más, así que decidimos que era hora de evitarlo un poco. Fuimos hasta una de las paradas inteligentes para ver cuáles serían las opciones del día de hoy, mientras yo buscaba en AtlántiApp los horarios del bus eléctrico turístico, mis amigos escaneaban un código QR que los enviaría a la web de actividades propuestas en las distintas zonas del Municipio.

-En 5 viene uno hacia el lado del campo-

Excelente opción luego de una mañana de playa, tomar el electrobus Atlanturístico hacia el campo, ya que en varias granjas y viñedos había diversos espectáculos y actividades para disfrutar con el almuerzo.

Una vez en el bus, unos jóvenes estudiantes de la UTU de Turismo nos hacían de guía contando detalles de cada lugar por el que pasábamos, hasta que bajamos en la Iglesia Cristo Obrero del Ing. Eladio Dieste, como siempre abarrotada de turistas que vienen desde todos los rincones del mundo a conocer ese Patrimonio Histórico de la Humanidad, saqué mi tarjeta de residente, la presenté, y pasamos con mis amigos directo sin hacer cola. Luego del recorrido dentro de las instalaciones, y mientras esperábamos el próximo transporte, recorrimos el hermoso Parque Eladio Dieste dedicado a su obra, con los stands y locales emulando las maravillas arquitectónicas del famoso ingeniero.

Mediodía degustando vinos y almuerzo criollo en un viñedo local luego de un paseo a caballo, hacer la digestión debajo de algún árbol escuchando los sonidos del campo, para volver a la tarde hacia el balneario, esta vez en unas bicicletas públicas que retiramos en dicho establecimiento. Recorrimos la ciclovía al costado de la Ruta 11 hasta  llegar al polideportivo frente a la prefectura en el que se estaban realizando las “Jornadas Intergeneracionales Inclusivas Multiversas”, donde la natación en la piscina olímpica se rodeaba del campeonato de bochas de jubilados en la cancha al aire libre junto a la pista de skate y bike, el básquet en silla de ruedas tenía como tribuna al campeonato juvenil de ajedrez en las mesitas de hormigón, a metros del campeonato de debate y la muestra de artes marciales.

-¡Wow! ¡Cuánta diversidad y unión hay aquí en Atlántida! – Exclamó una de mis acompañantes.

Para la cena un paseo por nuestro circuito gastronómico internacional y variado, cerrando la noche con música en vivo en uno de los fogones nocturnos en la playa, tomando unos tragos junto al fuego, sentados en tronquitos en la arena, con el mar como pantalla y el cielo estrellado como techo.

La noche terminó y me fui a dormir.”

Pero en realidad… luego de esa jornada hermosa por Atlántida… me desperté.


Niko.·.

Soñador, “Vecino de Atlántida, librepensador, investigador en el área química, escritor, político Independiente, seudohumorista, filósofo de las redes sociales (No soy licenciado)”.





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