Si no pudiste disfrutar de la nota completa en la edición impresa de El Periódico del Este, acá te ofrecemos los mejor de un artículo tan especial como su protagonista: Rossana Taddei.
Resulta imposible escapar del encanto de ese balneario casi escondido que es El Fortín. Será por eso que aquella charla con Rossana Taddei, en la conocida hostería junto al mar, fue para nosotros tan especial. De inicio nos habla de los dos amores que se han disputado su atención: “Suiza y Uruguay… es el contraste más potente que pueda existir entre dos sociedades”, nos dice, y explica que se trata de dos naciones con idiosincrasias y estilos bien diferentes, aunque en su caso, ambas la han marcado fuertemente.
Rossana nació en nuestro país, pero al poco tiempo su familia tomó la decisión de mudarse a Suiza, donde pasó la mayor parte de su infancia rodeada de una generosa naturaleza, entre bosques y montañas en el Monte Bré, Lugano. Allí, junto con su hermano Claudio se iniciaron muy temprano en el camino de la música. Fue gracias a su primo, José Luis Taddei, quien tenía un grupo y al ver que los pequeños de siete años (Rossana) y de nueve (Claudio), mostraban interés y aptitudes, decidió comenzar a enseñarles e incorporarlos en su proyecto.
Ella recuerda muy especialmente como aquello influyó en la relación con su hermano mayor. “La música fue el lenguaje directo de comunicación con Claudio, porque jugábamos con eso. Siendo varón y nena, muchas veces los hermanos tienen actividades o juegos seleccionados. Pero nosotros jugábamos con la música juntos, encontramos en ella un canal directo. El mismo canal que se me activa hoy con los músicos y con las músicas con los que comparto. Es increíble poder conectarse de un modo tan efectivo con un japonés, por ejemplo, aunque no podamos hablar”.
Aquel grupo familiar con el primo José Luis a la cabeza, siempre encontraba una excusa para cantar. En cada reunión, en cada salida. “Cantábamos en cualquier lugar. Siempre llevábamos instrumentos cuando salíamos en patota. Mis padres eran muy salidores. También les gustaba juntar gente en casa. Había muchos exiliados en Suiza que de pronto llegaban y se quedaban unos días. Siempre había una puerta abierta para recibir a chilenos, argentinos y otros. Muchos de ellos eran artistas, bohemios. En ese ambiente fui creciendo”.
Esos intercambios la fueron influenciando, así como sus constantes viajes familiares, que la llevaron a recorrer el mundo desde pequeña. En sus canciones fluyen corrientes muy diversas. Quien sabe escuchar, puede percibir en un mismo disco ritmos y melodías que parecen llegar desde los Alpes Suizos, desde algún pueblo italiano, o desde las raíces mismas de nuestro continente latinoamericano, fusionadas con Jazz, rock y, lógicamente, nuestro candombe. Según explica, la influencia no radica exclusivamente en su propia experiencia, en sus incontables viajes, sino que también tiene que ver con sus antepasados. Como ejemplo, menciona que siempre se emocionó al escuchar una gaita, aunque no entendía el por qué. “Luego descubrí que se debía a que mi abuela bailaba la jota”, concluye.
Tanta inspiración fue construyendo una artista de altísimo nivel. Desde “La Última Tentación de Caperucita Roja”, un cassette editado con el grupo “Camarón Bombay”, al día de hoy, acumula quince trabajos discográficos, a los que en breve sumará uno más (leer recuadro aparte). Con MINIMALmambo, un dúo que lleva adelante con su pareja, el percusionista Gustavo Etchenique, ha llevado su música a cada rincón del Uruguay y ha recorrido el mundo. Precisamente el 6 de mayo a las 21.00 Hs. en sala del Teatro Solís, festejará los 10 años de ese proyecto musical. Las entradas se encuentran a la venta por Tickantel y en boleterías del teatro con un costo bonificado, hasta el 23 de abril, de 450 Pesos. Luego de tan especial presentación, partirán a Europa a cumplir una nueva gira. Sin dudas, Rossana Taddei se encuentra disfrutando de un gran momento, que no es otra cosa más que la consecuencia de una enorme y brillante trayectoria. Sin embargo, cuando le preguntamos cómo se define como artista, ella prefiere simplificarlo todo: “Me defino como una mujer que hace canciones y que utiliza todas las herramientas que encuentra a su alcance para ello, con el fin de comunicar, conectar, entrar en contacto con el otro. Unir, en definitiva”.
El Fortín y aquella luna
Cuando la charla deriva en la Costa de Oro, Rossana se apasiona de la misma forma que lo hace cuando nos habla de su música. Recuerda varios veranos de su juventud en Villa Argentina, los tiempos en que daba clases de gimnasia en la playa y cuando hacía de Guardavidas en el Country de Atlántida. Luego instala el tema de El Fortín de Santa Rosa. “Este lugar es lo máximo”, nos dice. “Tiene, para mí, un espacio geográfico que une mis dos amores, que son el mar y la montaña. Si bien no hay montaña, hay una vegetación muy similar, con estos bosques, estos pinos, que son muy parecidos a los bosques de mi infancia en Suiza”.
Su encuentro con el balneario tuvo la complicidad de la luna. Así nos lo cuenta: “Vinimos a tocar a la fiesta de la luna llena, por invitación de nuestro compañero Marcelo Rivero que vivió aquí toda su vida. Una cosa mágica. Fue hace como cinco años. Y esa noche, tocando ahí abajo que es un viaje alucinante, yo dije en un momento del show: ¡quiero vivir acá! Alguien del público me gritó: ¡quédate Rossana! y cuando bajamos del escenario había tres o cuatro personas que nos invitaron a quedarnos en sus casas porque era muy tarde. No nos pudimos quedar, pero a partir de ahí empezamos a publicar avisos en internet buscando casa en el Fortín”.
Al tiempo la encontraron. No era precisamente una construcción muy grande, pero en principio tenía lo necesario. “La casa la fuimos transformando juntos con Cheché (Etchenique). Era una cabañita muy pequeñita con dos espacios y un parrillero derrumbado. Un terreno muy lindo, pero un poco bajo por lo que hubo que levantarlo. De a poquito fuimos haciendo todo. ¡Yo misma hasta levanté paredes! Hice mezcla, ante la mirada de Cheché que me acercaba la pala y demás. Mi abuelo era constructor, mi padre aprendió de él y yo aprendí algunas cosas mirando”, confiesa.
La transformación de ese hogar es permanente. Siempre le están agregando detalles. Hoy cuenta con una acogedora estufa a leña y, sobre todo, mucho espacio verde. “El jardín es un lugar de inspiración. Yo me siento muy conectada con todo esto. Cada día respeto más la naturaleza. Cuando presentamos el disco semillas (su último trabajo discográfico), Ana Rocha, que es una amiga nuestra, vino al concierto y me trajo unas semillas de girasol que yo planté. Esas semillas se transformaron en un enorme girasol. No te voy a contar lo que me habla el girasol, pero tenemos nuestras charlas. Es un flaco bien alto, que me pasó en altura y me cuenta cosas”, nos dice divertida.
La pareja comparte la casa con dos gatas: Palomita y Almendra, y con un perro que un día, perdido y atemorizado apareció de repente: Canguro. “Estaba muy flaco y herido. Lo curamos con la idea de darlo en adopción, pero nos re enamoramos de él, así que se quedó”. Hoy, Canguro (un galgo que alguien descartó de las carreras de perros), se muestra feliz y completamente recuperado, pero Rossana insiste en la necesidad de terminar con ese tipo de carreras a las que calificó de “terribles” para los animales.
“A mí me encanta este lugar” vuelve a insistir. “Yo vine en un momento en el que no sabía bien si quería volver a Suiza o quedarme acá. Pero el lugar ahora, me parece que es acá”.
Por lo pronto, Rossana sigue transformando su espacio día a día. Continúan sus charlas con los girasoles y las caminatas con Canguro, mientras encuentra la inspiración para descubrir nuevas melodías que muy pronto formarán parte de algún proyecto artístico. A veces, por la noche, sobre la cima de los enormes árboles, se encuentra con la luna. Esa luna mágica que, en un festival frente al mar le reveló que acá, en un balneario casi escondido de la Costa de Oro, estaba su lugar en el mundo.